viernes, 10 de julio de 2009

auras

En las fábricas de objetos prácticos hay puertas secretas, donde se ensamblan y se escogen las auras de cada cosa. Cualquier persona podría entrar si se lo propone sin una búsqueda exhaustiva, sino más bien buscando el baño y una puerta blanca alta rechina sin importancia alguna porque la fábrica y sus máquinas se concentran en que sus decibeles siempre se eleven a lo correcto.

Dentro, un golpe de luz de tercer mundo a medio día, a temperatura normal y olor a químico sobre químico sobre químico con tinta y la sensación de aquello que jamás vuelve a la tierra y no debería permitírsele existir porque en el fondo de la cabeza se sabe, con temor, que volará intacto por el sistema solar después de nuestra próxima autodestrucción. Pero guardemos ese pensamiento un momento.

Dijimos que se abre la puerta de golpe, luz y certeza de objetos inanimados dentro. Polímeros con apellidos mundanos y vergonzosos: Tapas de inodoros, teclados sin teclas, elastómeros, chinelas sin correas, piernas izquierdas de muñecas fucsias, perchas tontas y resbaladizas, cajas claqueras e incómodas de cassettes de 8 milímetros y tubitos de silicona larguísimos y temblorosos.

2 pares de manos en guantes de látex salen de paredes paralelas. Sus portadores están ciegos a los acontecimientos del gran cuarto blanco, por lo que deben guiarse sólo por el tacto. Cada objeto pasa por una banda giratoria, que emite un zuuummmmm casi imperceptible, lineal y tristísimo. Las manos sumergen el objeto en un líquido azul ultramarino y lo sacan inmediatamente, como si estuviera caliente o fuera sumamente peligroso.

Así cada flor de plástico, cada envase de agua bendita, todas las pipas para fumarse cualquier vegetal o mineral, los vibradores, los dispositivos con mecanismo giratorio de los desodorantes, cada uno de ellos obtiene un aura para poder existir. Como el procedimiento no se documenta, es secreto y talvez absurdo, cada aura se aferra de manera distinta a cada objeto y los resultados son distintos.

Hoy, por ejemplo, el señor López se quejó de que sus manos al tomar el picaporte de la puerta dejan de ser suyas para obtener cierta gracia, cierta independencia un poco placentera pero atermorizante. Reunió a 3.5 subordinados para que observaran la situación y en efecto, 3 de ellos afirmaron que cualquier parte del cuerpo del señor López que se acercara al picaporte de la puerta SE AGRANDABA como si se mirara a través de un lente cóncavo. El subordinado equivalente al 0.5 se encontraba distraído en el momento, por lo que su opinión no fue tomada en cuenta durante el experimento.

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