viernes, 10 de julio de 2009

domingo 17 de mayo

Es posible, en algún lugar del mundo, despertarse en sol y al suave, sin el calor de las fotos de los ochenta porque se tiene 8 años y vivirse a la hora de dormir es más natural a esa edad que 20 años después. Y despertarse a la voz del papá detrás del marco de una puerta, son de esos días que se recuerdan con caricaturas a decibles escandalosos, sábado en la mañana y eso se hace de esa forma en esas coordenadas del mundo a los 8 años de edad.

Talvez iba a dejar de creerle a la pizarra en el aula, iba a dejar de hablar en inglés a lo guachuguachuguachu para aprenderlo con cassettes a los 40 o viendo emtiví a los 14, talvez, unos años después, iba a dar portazos iracundos a lo diva de reggaeton. Eso es ahora irrelevante.

En esas coordenadas del mundo, en ese lugar cerca de un volcán donde sólo emerge de la tierra aquello que está realmente desesperado por vivir, puede uno anunciar su propia muerte a los ocho años de edad, como una invitación personal y divertida para jugar dentro de un manjol. Es posible, despertar con una sonda entre las piernas y los pulmones marchitos de dolor, mientras torrentes de sangre negrusca se ramifican en la cama sobre una sóla sábana rota. Es posible que el cáncer perfore los intestinos y que al día siguiente el papá tenga que pedir permiso para faltar a su trabajo de vigilante para preparar el cuerpo de su hija.

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